Ríos subterráneos

Exploración del Río subterráneo Chontalcoatlán, Gro.


Aventuras entre lodo, piedras, agua, arena...
la sonrisa y solidaridad de los compañeros



El pasado 5 de abril del año 2003 fui al Río subterráneo Chontalcoatlán, en Guerrero. Estaba muy nervioso antes del viaje. Leí, a través del foro de Internet “Iztaxochitla”, reportes de los grupos de rescate que trabajan en la zona sobre los accidentes que habían ocurrido recientemente y andaba un poco estresado. Me tranquilizaba saber que el excelente equipo de profesores de secundaria y estudiantes del CCH (que hemos conformado el autodenominado Grupo de Espeleología del Colegio Madrid) habíamos entrenado, en rapel, a la mayoría de los participantes en la excursión y lo más reconfortante era que los integrantes de ese equipo actuaríamos como instructores de la actividad.

¿a quién se le ocurrió la idea
de salir a las doce de la noche?

El viernes 4 de abril nos reunimos frente al restaurante “Ta contigo” (antes El charco de las ranas, a una cuadra del Colegio). La cita fue a las 12 de la noche. Llegue unos diez minutos antes y ya se encontraba casi todo el grupo. Platique con los padres de familia y me dio mucho gusto sentir que depositaban plenamente su confianza en quienes encabezábamos la actividad que estábamos a punto de emprender. En realidad, esto es como otras cosas. Las 12 de la noche era un punto de partida simbólico ya que la organización del viaje se remontaba a varias semanas atrás, a las tardes en que nos hemos quedado a entrenar rapel y el uso de ascensores en las paredes del Colegio. En situación extrema, se remonta al primer viaje que hice hace unos diez años, en compañía de Don Rodolfo y Rodrigo Rosas y el sacerdote Carlos Cezati.

Abordamos el camión 32 personas. Llegamos a las 3:30 de la madrugada en la región de Cacahuamilpa hasta un punto de la carretera donde el autobús podía dejarnos. Preparamos nuestro equipo y posamos para la foto. Emprendimos la marcha por veredas, cobijados con el manto de la noche majestuosamente tapizado de estrellas. Había un viento fresco que nos acompaño todo el camino, en especial, cuando entramos a la cañada donde el río se pierde en la montaña. Caminamos durante hora y media. Al escuchar la corriente de agua la emoción creció. Fernando Luege, Israel Mijares, Juskani Alonso, Amado de Anda, Gerardo Jaso y Emilio Caballero empezaron a montar dos cuerdas para realizar el descenso y alcanzar el río. Serán unos 20 o 25 metros que normalmente se bajan escalando con ayuda de un cable de acero empotrado a la roca y luego con una escalera metálica en pésimas condiciones. En la escalera, tres semanas atrás, ocurrió un accidente mortal (una señora cayó por el golpe de una piedra en su cabeza que, imprudentemente no portaba casco como equipo de seguridad).

a elegir ¿rapel o escalera?

Parte de nuestro grupo bajó en rapel (llevábamos 14 arneses, mosquetones, ochos y cuerdas) y otra parte por la escalera, con su respectivo arnés atado a una cuerda de seguridad que en caso de resbalón nos salvaría la vida y sólo nos quedaríamos con uno que otro raspón.

María Luisa Narváez y Carla Delgado del CCH apoyaron la colocación del equipo para el descenso. También colaboraron los estudiantes de tercero de secundaria Acmed Badaguer, Francisco Paunero y Alejandra Elizabeth (Alelí), quiénes también estrenaban y compartían orgullosamente su equipo básico de escalada. Tardamos dos horas y media en bajar. Nos agarró el amanecer. La mayoría del grupo se asustó a la hora del rapel. Descender en la noche nos impuso miedo. El cansancio provocado por no dormir y la desesperante espera mientras otros bajaban contribuyó a que todo se volviese muy lento.

Valió la pena llegar en la madrugada a esta región. No había más excursionistas bajando y así no presionamos y no sentimos la presión de nadie.

Pensé que el clarear de la mañana ayudaría a agilizar las cosas pero no fue así. El descenso siguió a su tiempo, sin prisas. Por fin, a las 7:30 de la mañana el grupo completo estaba a la entrada de la caverna. Yo me enfunde el traje de neopreno y ajusté la mochila. Por simbolismos use la mochila azul que compre con mi hijo Emilio cuando lo visité en Canadá durante el invierno pasado, (para sentir que de alguna manera compartíamos algo en esos momentos).

¡ahora si, a sentirse como troglofilos!
(animales que gustan de las cuevas)

Empezamos a caminar, poco a poco la luz se convirtió en penumbra y luego sólo las lámparas guiaban nuestro camino. Mi luz principal era la de la lámpara frontal. Usé simultáneamente una lámpara de mano como luz auxiliar y esto me ayudo mucho para ver mejor donde dejar mis efímeras huellas. Lleve también un par de tobilleras de neopreno. Me apretaban un poco el pie, pero ayudaron a no lastimarme los tobillos durante el recorrido. En los años cuarenta hay que tomar precauciones ya que todavía andaba adolorido por un mal paso que di antes de entrar al resumidero de la Joya, a fines de febrero pasado y me preocupaba el tobillo derecho. Afortunadamente no tuve problemas.

Cada viaje es diferente He recorrido este río unas ocho veces y otras tantas el San Jerónimo y el ambiente me resulta fascinante. Hay cosas que recuerdo y aún así me maravillan como si las viviese por primera vez. Entrar al río subterráneo es como vivir una experiencia mágica. Necesitaba un viaje de estos. Alejarme de la ciudad y olvidar por un rato que hay guerras en el mundo. Olvidarme un poco de mí y de la soledad, recrearme con la oscuridad y el reto de avanzar pierda sobre piedra sabiendo que la luz del sol está adelante. Necesitaba dejarme llevar por la corriente de agua fría, por el cansancio del recorrido, por las muestras de afecto y solidaridad del grupo, por la aventura misma y la satisfacción de compartir esta experiencia con buenos amigos.

En esos pensamientos andaba cuando cerca de las 10:30 de la mañana empecé a ver la luz de la Claraboya. Es fascinante. La primera vez que la vi me pareció un escenario perfecto para contar un cuento de hadas y ahora con la luz del sol la veo más hermosa. Para quién aún no la conozca, diré que la Claraboya se encuentra en la mitad del recorrido subterráneo. Se cayó una parte importante del techo de la caverna hace algunos años. Es un gran agujero por donde se cuela el aire y la luz entra majestuosa, iluminando la gruta como la vida cuando es reflejada en los ojos de una mujer.

Desayunamos y descansamos un rato. Todo el grupo quería quedarse más tiempo en ese lugar, pero al ver que algunos tenían frío y se acomodaban para dormir di instrucciones de continuar. Tenía la idea de salir a las tres de la tarde y así lo hicimos.

con agua suficiente para...flotar


El río llevaba poca agua. Las veredas que nos conducen a él, en la superficie, tenían el exquisito aroma y sabor de la tierra húmeda. Habían caído algunas lluvias ligeras en pasados días pero nada que implicara que el nivel del agua aumentase a niveles peligrosos durante nuestro camino. Para despejar dudas consulte los reportes del clima. Se esperaban chubascos hasta el 9 y 10 de abril tanto en la ciudad de México como en los Estados de México, Morelos y Guerrero. Quedé tranquilo, no había ese peligro.

Afortunadamente, el agua disponible nos permitió flotar en algunas zonas. Es delicioso dejarse llevar por la corriente. Ahora no llevé chaleco salvavidas. Me resulta un poco estorboso. Compre una tabla de flotación y la metí en la mochila. Me ajuste el cinturón, las demás correas y floté de maravilla.

Cerca de la salida y para no perder la tradición iba maldiciendo las piedras. Use botas de neopreno y si bien me resultan cómodas en cuanto que se adhieren bien a las piedras y mantienen caliente el pie, son delgadas en su suela y eso hace sentir el contacto con las piedras de manera muy intensa. La planta de los pies me dolía y llegó el momento en que estaba harto de tanto tiradero de rocas.

Alcanzamos la luz del sol a las tres de la tarde. Y luego venía lo peor de todo... subir casi quinientos escalones para llegar al estacionamiento de Cacahuamilpa y poder cambiarnos con la ropa que dejamos en el autobús.

Por fin me coloqué ropa seca. Mis pies estaban muy adoloridos e hinchados por traer durante doce horas las tobilleras y botas de neopreno. Afortunadamente salí sin raspones. Miembros del grupo presumían los suyos, orgullosos de haber dejado pedazos de piel estampados en las piedras. Una rica comida caliente con cecina y tortillas a mano me reanimó. A las cuatro y cuarto de la tarde emprendimos el camino de regreso. Casi todos nos venimos dormidos, cansados y satisfechos del viaje. Yo me quede soñando con paisajes que solo en el subsuelo se pueden conocer.

Ya en la Ciudad, entregamos a los padres de familia lo que quedó de sus hijos, por aquello de los pedazos de piel dejados en las rocas y la cara de devastación que traían muchos de ellos.

Llegue a casa como a las 8:30 de la noche. Me di un baño y salí a comer unos tacos. Un poco más tarde caí profundamente dormido  tal como no lo había hecho en semanas.

Julio Ríos